Vino y emociones
Cuando hablamos del vino podemos, perfectamente, asociarlo con las emociones. Y no, exclusivamente, por la alegría que nos puede proporcionar tomarnos una copita de vino, sino por muchos más aspectos que vamos a analizar en estos minutos.
El vino posee una gran cantidad de cualidades sensoriales que están directamente asociadas con nuestros sentidos. Color, aroma o sabor son tres de las cualidades que más se analizan en un vino.
El vino es un conjunto de estímulos que excitan nuestros sentidos produciendo ‘sensaciones’ que, a través de las prolongaciones nerviosas, llegan al sistema límbico de nuestro cerebro, nuestro cerebro emocional.
El neocórtex, donde reside nuestra razón, trata de separarlas, pero nunca lo llega a conseguir totalmente. Y, por ello, la información que recibimos de nuestros sentidos nunca es del todo objetiva y está influido por recuerdos, estados de ánimo o expeiencias, como pueden ser la ‘historia del vino’ o el diseño de la botella o la etiqueta.
El olfato juega un papel muy importante en los momentos en los que interviene el vino.
Y el olfato es una sensación que está directamente situada en nuestra sistema límbico. Llega, directamente, a nuestro cerebro más primitivo… El olfato es 10.000 veces más sensible que el sentido del gusto y puede detectar miles de aromas diferentes.
Todas estas sensaciones, unidas a nuestras emociones, hacen del vino una bebida diferente, con la que cada consumidor vive una experiencia única, a través de las emociones que provoca.
Otra fuente importante de sensaciones son los maridajes.
El armonioso acoplamiento que se produce, en ocasiones, entre el vino y la comida es, quizá, una experiencia de gran calado emocional para quien disfruta de una buena comida.
Existen platos capaces de encontrar en el vino su par perfecto.
¿El buen vino es el más costoso?
Esta pregunta es ampliamente formulada en cuanto a la calidad de un vino. Y el concepto de un ‘buen vino’ no se refiere tanto a las botellas prestigiosas o costosas, sino a las que consigan emocionarnos y producirnos placer en el momento preciso. Puede llegar a suceder que personas que han rechazado un vino en un momento determinado, lo disfruten plenamente en otra circunstancia. Hasta este punto influyen las emociones al degustar vino.
Algunas personas aluden a que escoger vino se asemeja a una selección de una pieza musical. Cuando queremos acompañar una lectura densa elegiremos un tipo de música diferente a cuando queremos conversar con amigos.
Es curioso que una de las principales destrezas de un buen somelier sea acertar con la recomendación de un vino en función del estado de ánimo de los comensales. No sólo es bueno un conocimiento profundo de la materia, sino una gran dosis de psicología para comprender cómo se sienten los comensales a los que les está recomendando tal o cual vino.
Tras estas reflexiones ha quedado clara la relación entre el vino y la psicología.
Nos quedamos con un buen estado de ánimo para degustar algún buen vino que nos permita fijar en nuestra mente este momento como un momento agradable de nuestra vida.
¡Brindemos por ello!