Educar las emociones en los niños…
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La educación emocional es un aspecto que tiene cada vez mayor relevancia en nuestra sociedad.
De hecho, la inteligencia emocional es la habilidad para gestionar adecuadamente las emociones.
Vivimos en una sociedad donde el contacto con otras personas es permanente: en la familia, en el colegio, en el trabajo, disfrutando con amigos, en las redes sociales… El planeta es muy social. El ser humano es social por naturaleza.
Si las emociones se apoderan de nosotros, nuestras actitudes serán erróneas, nuestros comportamientos no serán los adecuados.
Si comenzamos a trabajar estos aspectos con los más pequeños, con los niños, podremos obtener, en el futuro, personas más tranquilas, más juiciosas, que gestionen mejor sus conflictos internos y externos y, por ende, asistiremos al desarrollo de una sociedad más pacífica y más feliz.
¿Desde cuándo es importante la inteligencia emocional?
Ya desde la época de Darwin, podría rastrearse la importancia de la inteligencia emocional, sencillamente, porque permite una mejor adaptación al medio.
Howard Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples habla, entre otras, de la inteligencia intrapersonal (capacidad para comprenderse a uno mismo) y de la inteligencia interpersonal (capacidad para comprender las motivaciones, intenciones y deseos de otras personas).
Daniel Goleman, también publicó un libro específico sobre inteligencia emocional que se comenzó a aplicar mucho en el contexto de la empresa.
De hecho, ya es una realidad que en el mundo actual, cuando nos encontramos con dos personas con el mismo perfil, pero una con una inteligencia emocional más desarrollada que la otra, una empresa se inclinará a contar con aquella que mejor gestione sus emociones.
El por qué es muy sencillo… una persona que gestiona bien sus emociones, podrá gestionar mejor las emociones ajenas y disminuirá el nivel de conflictividad a su alrededor. Esto, para una persona, se llama eficacia y para una empresa, se llama rentabilidad. Y en aquellas personas que deben trabajar en equipo (es decir, todo el mundo) es fundamental para una mayor efectividad y eficacia profesional.
Cuando tenemos que aprender a gestionar las emociones de adultos (que es lo que nos ha pasado a muchos de nosotros) lo acabamos consiguiendo, pero… ¿cuánto mejor habría sido para nosotros si desde niños nos hubieran enseñado a conocer nuestras emociones y a tratar con ellas adecuadamente?
¿Y cómo se pueden educar las emociones en los niños?
La comunicación y la empatía son la base.
Los padres y profesores deben enseñar a los niños a comunicar cómo se sienten, a hablar sobre la ira, por ejemplo, sin agredir a nadie, desde el respeto y utilizando la comunicación como vía para explicarse.
La comunicación también implica pararse a escuchar y saber escuchar. Si uno quiere enseñar a que el niño mantenga silencio y escuche cuando otro está hablando, debemos practicarlo nosotros también con el ejemplo.
Unido a la comunicación, se debe desarrollar la empatía en el niño. Hacer entender al niño como me siento yo como padre, o como profesor, o como compañero ante un comportamiento que el niño ha tenido (y esto también lo haremos utilizando la comunicación respetuosa con el niño) provocará que el niño aprenda a pensar cómo se sentirá la persona que tiene delante antes de comportarse de una manera que puede ser ofensiva para el otro.
Cuando esto se hace en el núcleo de la familia desde que el niño nace, el niño convierte esta forma de tratar sus emociones en un hábito y, probablemente, lo seguirá haciendo así el resto de su vida.
Es cierto que tiene que existir una ‘complicidad’ entre padres, educadores y otros familiares (abuelos, tíos…) que tengan relación con el niño. Esto puede llegar a ser difícil. Pero, aunque se haga sólo en uno o dos lugares (familia y colegio, que son los lugares donde el niño más tiempo pasa) se irá generando ese hábito saludable en él.
¿Y qué ocurre si el niño ya es un poco más mayor y no gestiona bien sus emociones?
Esto, desgraciadamente, es más habitual de lo que nos gustaría hoy por hoy.
Pero también se puede intervenir. Costará un poco más, pero también obtendremos resultados positivos.
En este caso, y en lo que respecta al entorno familiar, es lo que yo llamo ‘cambiar el modelo de relación’.
Esto es, el niño viene acostumbrado a que expresando sus emociones de manera inadecuada consigue lo que quiere. Bien, pues vamos a cambiar esa tendencia. Desde el plano racional, los padres determinan cómo van a actuar a partir de ese momento y comienzan a hacerlo. Al principio el niño o el adolescente se resistirán porque todo cambio lleva aparejado una resistencia psicológica al mismo. Si los padres son capaces de mantenerse en esa postura que han determinado racionalmente durante un número suficiente de veces como para que se cree un nuevo hábito, un nuevo modelo de relación, el cambio a positivo se producirá.
En el caso de los profesores lo tienen un poco más fácil porque cada año cambia el grupo de alumnos. Así que consiste en comenzar con nuevas formas de hacer las cosas al comienzo del nuevo curso escolar.
Y si las emociones son demasiado incontrolables en niños y adolescentes, es mejor acudir a un profesional y pedir ayuda que no cambiar nada.
¿Algunas estrategias más para esta educación de las emociones de los más pequeños?
Es importante que el niño vaya reconociendo sus emociones a medida que se va desarrollando.
La ira se empieza a desarrollar más o menos a los seis meses de edad, cuando el niño comienza a sentir el principio de su autonomía y pueden llegar a pegar a sus padres o hermanos. Muchas veces, esto nos provoca gracia, pero es importante comenzar a marcar una serie de límites desde esta edad.
A partir de los dos años, ya se puede trabajar con los pequeños el reconocimiento de las emociones. Una técnica que funciona muy bien es mostrarles fotos con diferentes emociones en los rostros y diferentes situaciones (adaptadas a su edad para que las reconozcan) y comenzar el diálogo con ellos, haciéndoles preguntas acerca de qué ven o qué les provoca esa foto. De esta manera, el pequeño, se acostumbrará a hablar de todas sus emociones con normalidad.
A partir de los cinco años, el niño ya puede comenzar a nombrar las emociones de manera habitual, con expresiones como ‘estoy enfadado porque no me has llevado al parque’ o ‘estoy contento porque mañana nos vamos de excursión’ o ‘tengo miedo de que apagues la luz porque me dejas solo’…
De esta manera, estarán aprendiendo a gestionar la frustración y las expectativas que tanto daño nos hacen a muchos mayores.
Cuando el niño desata sus emociones de manera incontrolada, también es muy útil, una vez que se ha calmado, ilustrar con ejemplos adecuados a la edad y la emoción cómo podría haber sido la misma situación actuando de otra manera. El niño, como el adulto, entiende mejor los ejemplos porque los ve cercanos y útiles.
Como conclusión…
Desde edades muy tempranas podemos estar acompañando a los más pequeños a convivir con sus emociones y gestionarlas. Este aparente esfuerzo inicial es una garantía de un desarrollo saludable de la persona en su adolescencia y juventud.
Yo siempre creo que un mundo mejor es posible e intento poner mi granito de arena para conseguirlo y ayudar a los demás a que lo consigan.
Dejo aquí un vídeo que complementa con mayor profundidad lo expresado en este post…